En Tijuana, algo está cambiando. Ya no se habla solo de calorías, básculas y dietas estrictas. Se habla de mujeres que, desde su experiencia y compromiso, están marcando una diferencia real. No en teorías, sino en cocinas, loncheras, mesas familiares y corazones. Las nutriólogas de esta ciudad no solo orientan; inspiran, acompañan y empujan a sus comunidades a vivir mejor, sin perder el sabor local. Obtenga más información aquí!

Ahí está Rosa, por ejemplo. Nutrióloga, madre, y mujer que se cansó de esconderse detrás de inseguridades. Después de años batallando con su propio cuerpo y autoestima, decidió hacer algo distinto: abrir un taller de cocina saludable. No uno lleno de términos complicados, sino uno que huele a tortillas recién hechas, a avena con canela y a cambio posible. Enseña recetas sin azúcar refinada que no parecen castigo, meriendas que saben a infancia, y sí, soluciones reales al clásico problema del pan dulce que tanto nos tienta.

Y qué decir de Mariela. En su consultorio pequeñito de Zona Río, su lema suena fuerte: “No es fuerza de voluntad. Es amor propio.” Sus pacientes no solo bajan tallas, también aprenden a escucharse. En sus redes, comparte logros de mujeres que cambiaron el refresco por agua de jamaica sin sentirse castigadas. Porque, como dice ella, el cuerpo no se domestica, se cuida.

Las cifras son duras: más del 30% de la población en Tijuana enfrenta sobrepeso u obesidad, según datos oficiales. Pero ahí entran nutriólogas como Loren, que decide trabajar con escuelas y empresas. Ella diseña menús escolares que no aburren: frutas coloridas, verduras con salsitas caseras, alimentos que invitan al juego y no al rechazo. Los padres ya notaron que sus hijos llegan con menos berrinches a la hora de comer y más energía para jugar.

Cada una de estas mujeres rompe un mito, abre una conversación, o transforma un hábito. Desde sus espacios, demuestran que la salud no se mide solo en gramos perdidos, sino en confianza ganada, en niños que prueban una papaya sin hacer mueca, en mujeres que dejan de odiar el espejo, en familias que vuelven a cenar juntas sin culpas ni etiquetas.

Porque en Tijuana, la salud se construye con sazón, con cariño y con mujeres que no se conforman con recetar: se arremangan, escuchan, y caminan con sus pacientes, plato a plato, historia por historia.

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